Aún recuerdo la primera vez que llegué. Montada en su carro negro, tirado por oscuros caballos, que no se separaban del camino a pesar de que nadie los condujera. Aquellas almas, que vagaban esperando que llegase el momento de ser juzgadas en los Campos Asfódelos, y más adelante, después del valle de los lamentos, en un lugar consagrado a aquella diosa cuidada por eunucos, se encontraban los tres jueces mandados por Hades; Minos, Radamanto y Éaco, a los que aún les quedaba una pizca de majestuosidad.
Y muy a mi pesar llegue hasta los patios del palacio, grises y llenos de humedad y en su centro, se levantaba impasible al tiempo, el gran palacio. Los altos muros que lo cercaban eran tapados por hiedras trepadoras y espesas, que apenas dejaban ver la piedra que detrás se escondía. La hierba, que cubría el suelo, era de un color pardo, quizás porque había muerto de no darle el sol, quizás porque nunca había estado viva…
Llegué a una gran puerta y asustada me detuve, pero sus ojos volvieron a clavarse en mi, y con una voz suave, pero a la misma vez estremecedora, me invitó a pasar… y pasé, y en el umbral de la puerta dejé escapar mi ultima lágrima como señal de que ahí abandonaba lo último que me quedaba de humanidad…
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